lunes, 12 de enero de 2009

LA ELECCION DE OBAMA Y SU REPERCUSION MUNDIAL

La elección de Obama ha reavivado el interés por el movimiento de los derechos civiles de los años 50 y los 60, en medio de persistentes tensiones raciales y amplias desigualdades de ingreso, educación y asistencia médica entre blancos y grupos minoritarios.
¿Cómo fue que ganó Obama? Pregunta que propios y extraños se han hecho muchas veces. Como cualquiera que triunfa en una situación política compleja: reuniendo una enorme coalición de fuerzas políticas diferentes.

En este caso, el espacio poliítico abarcó desde muy a la izquierda hasta la derecha del centro. Como nunca se unieron ambos bandos políticos para darle un respaldo inesperado a Obama. Esto, por supuesto, ahora que ya ganó, motiva que los diferentes grupos quieren que gobierne como cada uno de ellos prefiere, lo cual, por supuesto, es imposible e inaceptable.

¿Quiénes son esos diferentes elementos y por qué lo respaldan?

En la izquierda, aun muy a la izquierda, votaron por Obama debido al profundo enojo por el daño que el régimen de Bush infligió a Estados Unidos y al mundo, y por el temor genuino a que McCain tal vez fuera el menos indicado para el puesto.

En el centro-derecha los independientes y muchos republicanos sufragaron por él, sobre todo porque se han horrorizado de la siempre creciente dominación de la derecha cristiana en la política del Partido Republicano, sensación que quedó subrayada por la elección de Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia. Esa gente votó por Obama, porque tuvo miedo a la fórmula McCain/Palin y porque Obama los convenció de que era un sólido y sensato pragmatista.

Entre los dos anteriores grupos están los llamados demócratas reaganitas, en gran medida obreros industriales (muchos católicos y muchos racistas) que han tendido a desertar de las bases del partido demócrata en las elecciones recientes porque consideran que el partido se había movido muy hacia la izquierda y desaprueban sus posiciones en cuestiones sociales.

Estos votantes se regresaron al partido demócrata no porque su postura haya cambiado, sino por miedo. Les asustó mucho la depresión económica hacia la que se ha movido Estados Unidos y piensan que su única esperanza es un renovado Nuevo Trato. Votaron por los demócratas, pese a que Obama es afroestadunidense. El temor pudo más que el racismo.

¿Y qué va a hacer Obama ahora? ¿Qué puede hacer ahora?

Es muy pronto todavía para estar seguros. Parece claro que se moverá con prontitud para sacar ventaja de la situación de crisis, como lo puso su nuevo jefe del gabinete, Rahm Emanuel. Todos esperamos una dramática serie de iniciativas en los tradicionales primeros cien días de gobierno. Y mucho de lo que Obama haga puede ser sorprendente.

Sin embargo, las dos situaciones más importantes se encuentran más allá de su control –la transformada geopolítica del sistema-mundo y la catastrófica situación económica mundial. Sí, el planeta recibió la victoria de Obama con júbilo, pero también con prudencia. Es notable que dos centros de poder importantes emitieran declaraciones muy expresas y directas acerca del escenario geopolítico. Tanto la Unión Europea, en una declaración unánime, como el presidente Luiz Inacio Lula da Silva, de Brasil, dijeron estar dispuestos a renovar su colaboración con Estados Unidos, pero esta vez como iguales, no como socios menores.

Obama se saldrá de Irak más o menos en los términos prometidos, aunque no sea sino por el hecho de que el gobierno iraquí insistirá en ello. Intentará una graciosa salida de Afganistán, lo cual no será fácil. Pero que vaya a hacer algo significativo en relación con el empantanado conflicto entre Israel y Palestina o que pueda avanzar hacia un Pakistán más estable, eso es más incierto. Y tendrá menos qué decir de lo que él piensa.

¿Podrá Obama aceptar el hecho de que Estados Unidos ya no es el líder mundial, sino únicamente un socio con otros centros de poder? Y si puede hacerlo, ¿podrá hacer que el pueblo estadunidense acepte esta nueva realidad?

En cuanto a la depresión, sin duda tendrá que buscar una salida. Obama, al igual que los otros líderes importantes del mundo, es un capitán en un mar tormentoso, y puede hacer relativamente un poquito más que sólo evitar que su barco se hunda por completo.

Donde Obama tiene margen de maniobra es en la situación interna. Hay tres cosas donde se espera que actúe y pueda actuar, si es que está listo para ser audaz.

1.- La creación de empleos. Esto sólo puede hacerse eficazmente en el corto plazo mediante acciones gubernamentales. Y se realizará mejor si se invierte en la reconstrucción de la degradada infraestructura de Estados Unidos y en medidas que reviertan el deterioro ambiental.

2.- El establecimiento, de una estructura de atención a la salud en Estados Unidos que sea decente, en la cual todos, sin excepción, estén cubiertos y en la cual haya énfasis considerable en medicina preventiva.

3.- Enmendar todo el daño que el gobierno de Bush hizo contra las libertades civiles básicas, pero que también hicieron gobiernos anteriores. Esto requiere una revisión fundamental del Departamento de Justicia y del aparato legal y paralegal que se ha construido en los últimos ocho (pero también en los últimos 30 años).

Si Obama actúa decididamente en estos tres ámbitos, entonces podremos decir que ésta fue en verdad una elección histórica, una en la que el cambio ocurrido fue algo más que simbólico. Si no lo logra, el desencanto será mayúsculo.

Muchos intentan distraer su atención hacia ámbitos en los que no puede hacer mucho y en los cuales su mejor postura es guardar un bajo perfil, aceptando la realidad de un mundo nuevo. Hay mucho que temer en torno a las acciones futuras de Obama, pero también mucho que ofrece esperanzas.

La elección de Obama, después de una campaña electoral que ha mostrado la energía de una gran democracia en funcionamiento, ha sido percibida como el acontecimiento fundacional de una era en la historia política de Estados Unidos.

Para explicar el sentido revolucionario que se atribuye la elección de Obama se puede recurrir a su condición racial, al hecho de que el apoyo a su candidatura haya supuesto la incorporación masiva y en no escasa medida, también decisiva de afroamericanos e hispanos al proceso político central de la democracia americana.

Otros quieren ver en su llegada a la Casa Blanca el fin del consenso liberal-conservador fraguado por Ronald Reagan en la década de los ochenta durante los ocho años de un mandato de proyección tan duradera como el que aquel protagonizó.
De Obama se espera, en unos casos con entusiasmo, en otros con reticencia, que establezca un nuevo paradigma en la política de los Estados Unidos, un paradigma que marque el terreno de juego y conforme la cultura política de la sociedad norteamericana para muchos años.

Lo hizo Roosevelt con el “New Deal” y lo hizo Reagan con una nueva “Visión Estratégica” que aplicó con éxito y a la que las políticas de presidentes posteriores, también Clinton, tuvieron que rendir tributo.
A Obama sus seguidores más entusiastas, movidos tanto por el atractivo de su liderazgo como por la destrucción política de Bush, le piden que desaloje al elefante de la política de Estados Unidos.

El elefante, símbolo del Partido Republicano y, por extensión, del marco de referencia que ha dominado la cultura política norteamericana en las tres últimas décadas, ha venido ejerciendo su peso aplastante sobre las expectativas demócratas hasta la irrupción de Obama.

Ahora afronta un serio trabajo de recuperación organizativa y programática que le devuelva su condición de partido de la mayoría para lo cual no sólo tendrá que confirmar la tradicional volatilidad de las mayorías electorales demócratas, sino que deberá actuar sobre aquellos sectores de población que desde las elecciones del pasado mes de noviembre parece claro que se han convertido ya en parte integrante de una realidad que no puede eludir ningún proyecto con pretensiones de ser mayoritario.
Mientras eso ocurre, Obama tiene que dejar de consumir historia y empezar a producirla. En el actual entorno de profundas turbulencias económicas y políticas y de transformación de los equilibrios de poder, el acusado carácter carismático del liderazgo de Obama, por un lado, asegura empuje y un largo periodo de apoyo casi acrítico de la opinión pública.

Por otro, suscita interrogantes sobre la imprevisibilidad de sus iniciativas y sobre la propia sobrevaloración de su capacidad de maniobra en un error al que Obama podría verse arrastrado por las grandes expectativas que su presidencia ha generado.
Hillary Clinton, rival implacable de Obama en las primarias y ahora integrada en su equipo en una decisión que sería incomprensible para el sectarismo local, le hizo bajar a Obama de las cumbres retóricas de sus discursos de campaña recordándole que se gobierna en prosa. Y en la elección de su equipo parece haber recibido con aprovechamiento el recordatorio de la ex primera dama.

Los nombres a los que Obama confía su estreno retratan a un presidente pragmático, consciente de la prosa con la que se gobierna y cuidadoso a la hora de asegurar que los complejos engranajes de la maquinaria gubernamental sigan rodando.

Su secretario de Defensa, Robert Gates, es un veterano de la administración Bush, artífice político de la estrategia que ha abierto las posibilidades de éxito a la intervención en Irak.

Su secretaria de Estado, Hillary Clinton, intercambió con Obama ataques y descalificaciones políticas que no fueron superadas ni de lejos por John McCain en la campaña presidencial, pero es un poder en el seno del Partido Demócrata y un activo internacional que Obama no ha querido ignorar.
Obama ha empezado también a comprobar la otra cara de la prosa del gobierno con la renuncia del gobernador Bill Richardson a la nominación como secretario de Comercio, implicado en una investigación judicial por presunto trato de favor a una empresa, las críticas internas que ha suscitado la designación de Leo Panetta para dirigir la CIA o el esperpéntico episodio de favoritismo y probable corrupción en la sucesión de su escaño de senador por Illinois.

El llamativo silencio del presidente electo sobre la crisis en Gaza abunda en la idea de un Obama atado a la prudencia. Si es prudencia y no desconcierto lo que le ha movido a Obama, hace bien en medir sus palabras.

Contamos con suficiente perspectiva histórica para recordar la presidencia de Clinton dominada por la euforia de la victoria sobre el comunismo y el comienzo firme de un largo ciclo de crecimiento económico en el que Estados Unidos aparecía como la hiperpotencia no desafiada.

El mandato de Bush, prácticamente iniciado con los ataques terroristas de Nueva York y Washington, ha marcado la emergencia de una nueva amenaza global y ha mostrado las limitaciones del poderío americano imprescindible, todavía único, pero no omnipotente.
El mundo de Obama, el que identificará su presidencia, está por definir.

El escenario ideal es aquel que algunos dibujan con la rehabilitación de la imagen de los Estados Unidos, la eficacia del suave poder, redefinición del papel del Estado sin intervencionismo, la equilibrada gestión de la evolución multipolar del mundo, la acreditación del diálogo con los enemigos, y el realismo sin dilemas morales en la política exterior norteamericana.

Estamos ante un escenario ideal que tendrá que ser contrastado con un mundo que, como explica Robert Kagan, después de soñar con el fin de la historia se ve de vuelta en ella; un mundo «precariamente suspendido al borde de una nueva era de inestabilidad» que, lo reconozca, o no, seguirá reclamando de Estados Unidos su presencia y su insustituible garantía.

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